Me llama mucho la atención una expresión que dice: “No hay que tomar las cosas a pecho”. Creo que entienden que nada debe acercarse al corazón y entonces lo encierran, lo disminuyen, lo aprietan, lo congelan hasta que casi desaparezca o construyen a su alrededor muros gigantes, con guardias armados de miedo hasta los dientes. Estos muros, hay que hacerlos lo más alto posible, para que nadie pueda divisar la pequeña casita de cristal que hay adentro: la morada de un yo raquítico, tan débil, lastimado, miedoso y avergonzado que debe ser protegido cueste lo que cueste. Este yo tiene tanto miedo del mundo y sus incertidumbres, que para prevenir el posible dolor, congela el propio corazón. Se aleja de quien más pueda amar (tampoco sabe si esto es posible, amar…), está seguro que no lo merece, no tiene dudas, NO LO MERECE!
Confieso que me impresiona un pecho así de
débil, un corazón así de débil, así de cobarde. ¡Un corazón que no recibe a nada ni a nadie! Hay que tener
coraje para llevar las cosas a pecho. Hay que tenerlo fuerte para dejarlo
sangrar… Y después sanar las heridas. Hay que tenerlo abierto, despierto, vivo
para seguir adelante [vivir no es solo sufrir sino también alegría – y “la
alegría no es solo brasilera”]. Porque si lo llenas de candados de miedo, antes
de cerrarlos, hay que acordarse de llevar junto dos moneditas para el Caronte.
Ps: Buenas Fiestas!
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